Nace en Granada el 27 de Noviembre del año 1905. Su padre, Francisco Barrecheguren Montagut, es de Lérida y desciende de una familia vasco-catalana. Su madre, Concepción García Calvo, es granadina.
Conchita fue bautizada en la Parroquia del Sagrario de la Catedral de Granada el 8 de Diciembre de 1905. Era la fiesta de la Inmaculada. La niña recibirá con las aguas bautismales, el nombre de la Virgen: Maria de la Concepción del Perpetuo Socorro.
La vida de Conchita fue breve. No llegó a cumplir veintidós años -más exactamente, veintiún años, cinco meses y dieciséis días-. Pese a ello, fue tiempo más que suficiente, para hacerse y construirse como mujer -como mujer cristiana-, y para desarrollar sus cualidades. Supo utilizar su tiempo y vivirlo intensamente.
Al regreso de un viaje a Lisieux (Octubre 1926), una leve ronquera es el anuncio de la tuberculosis. Poco a poco, la enfermedad mina la frágil naturaleza de Conchita y los médicos aconsejan que se le traslade al Carmen que tiene la familia Barrecheguren junto a los bosques de la Alhambra. Se confía en que los aires frescos y puros, que allí llegan con más facilidad desde la Sierra Nevada, puedan frenar el avance de la enfermedad y ayudar a la respiración de la enferma.
A la dureza de la enfermedad, se añade la dificultad del tratamiento. La tuberculosis es poco conocida para la medicina de entonces. Por eso, prácticamente, sólo cabe aliviar las molestias que causa. El desarrollo de la enfermedad de Conchita, y de los sufrimientos que la acompañan, provocan la admiración de quienes la conocieron. Un asombro que surge no tanto de contemplar el dolor mismo, sino del modo en que Conchita, sabe sacar fuerzas de flaqueza, para hacerle frente. Ahí se hizo constatable la maravilla de su calidad humana y de la seguridad de su fe. La fe de Conchita sabe descubrir que los planes de Dios no son los suyos, que tiene que aceptar que su vida, y su modo de seguir a Jesucristo y de estar en la Iglesia, es el laical. Un estado no inferior al religioso o clerical. Al contrario, el estado común de los bautizados y el mismo que vivió el Señor Jesús.
Conchita es un fruto de la Iglesia y, sin la iglesia, sería imposible hablar de la ella. Hoy, su recuerdo sirve para manifestar la vitalidad eclesial. En ella se dan dos elementos ampliamente reforzados por el Concilio Vaticano II: la importancia de los laicos en la vida de la Iglesia y su participación, por el Bautismo, en el sacerdocio de Cristo .
La sencillez de Conchita y su ser cristiana del montón, es un testimonio actual. Ella aparece como una parábola de Evangelio, para quien quiera intuir otras posibilidades de vida y felicidad. Su fe inquebrantable y su fidelidad, no dejan de sorprender.
Lo extraordinario de Conchita es su vida ordinaria y común; pero, además, hay dos cosas específicamente singulares en ella y que le hicieron llamar la atención de quienes la conocieron: Su modo de aceptar y afrontar la cruz y su alejamiento del mundo y de todo lo que pudiera distraerla de su proceso de crecimiento espiritual. Eso, ciertamente, no pasó desapercibido.
Murió el 13 de Mayo de 1927. No buscó, ni vivió cosas llamativas. Simplemente fue cristiana. Con su fe, respondió a las dificultades cotidianas y a los desafíos que se le presentaban. Quienes la conocieron, supieron estimarla y pensaron que estaban ante una persona especial, extraordinaria y santa. Para todos era evidente su fe. Su persona fue como una presencia que, discreta y débil, se echa en falta cuando, de forma inesperada, desaparece. Eso ocurrió con ella. Los amigos y conocidos de Conchita, descubren, poco a poco un atractivo que, hasta entonces, les había pasado desapercibido. Ella tenía algo que les empieza a servir de referencia. Sus pocas palabras y su modo de afrontar la vida, se convierten en un estímulo. Nunca nadie -ni Conchita, ni sus padres, ni sus amigos-, pudieron pensar que la fragilidad y debilidad de aquella niña iba a despertar tanta admiración e interés después de su muerte. Se trata de una notoriedad que no decae, al contrario. La gente sigue recordándola y admirándola. La muerte de Conchita puso en marcha un revuelo que se extiende con inusitada rapidez. Por toda Granada se habla de Conchita, mucha gente empieza a pedir fotos y pronto aparecen sus escritos, que comienzan a leerse, primero en un círculo cercano y, después, son publicados.
Hay que reconocer en la Sierva de Dios Conchita Barrecheguen, a una mujer del siglo XX. De un tramo importantísimo del siglo XX. Conchita resulta una referencia creyente y como seglar, dentro de la Iglesia del siglo XX. Del siglo en que los laicos han cobrado y asumido su protagonismo dentro de la Iglesia.
En un tiempo de dificultad para creer, y, más aún, en nuestra realidad europea, Conchita hace una oferta de fe decidida, confiada y segura. En un tiempo de crisis para la institución familiar, Conchita es referencia del modo en que la familia cristiana ofrece un espacio inmejorable de crecimiento, maduración, equilibrio humano y transmisión de la fe. En un tiempo de crisis vocacional y de ausencia de estima por la vida religiosa y sacerdotal, Conchita ofrece no sólo su aprecio por dichos modos de vida, sino, sobre todo, el extraordinario fruto que supone la vocación religiosa, sacerdotal y misionera de su mismo padre.
Hoy, Conchita, y su padre, el Siervo de Dios Francisco Barrecheguren, son referencia de vida familiar cristiana y juntos esperamos sean reconocidos y propuestos por la Iglesia como modelos de vida cristiana.
Desde el 29 de Noviembre del año 2007 las reliquias de Conchita se encuentran, junto a las de su padre, en el Santuario de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro de Granada.
P. Francisco José Tejerizo Linares
C.Ss.R
Vicepostulador de la Causa de Canonización de Francisco y Conchita Barrechegure