Flores en la primavera Alpujarreño. Foto Carlos López
Un bichito invisible ha puesto de rodillas a la humanidad
Estos meses de enclaustramiento (mejor que confinamiento, creo), han sido un tiempo de sustantivos: reflexión, preocupación, miedo, religiosidad, familia, amigos, política (¡uf…!), esperanza, caducidad de la vida, escala de valores, humanidad, solidaridad, felicidad, futuro… Dios.
Un bichito invisible, más insignificante que una hormiga, ha puesto de rodillas a toda la humanidad.
Pido perdón porque mi reflexión ha sido muy vivencial e intimista. Disfrutaba yo, muy bien acompañado, de una prematura primavera en Mecina Bombarón cuando una cobarde e inoportuna neumonía vino a perturbar mi paz alpujarreña. Mi hija María (neumóloga) nos había aconsejado, antes de que nuestros eminentes gobernantes lo hicieran, que nos fuéramos allí con los nietos, puesto que ella iba a entrar de lleno, como Dante, en las cavernas del coronavirus.
Tras días sosegados, tuvimos que abandonar precipitadamente nuestro paraíso particular y, previa prueba del covid, negativo afortunadamente, me recluí veinte días solo en mi alcoba. Solo pero con mi imaginación disfrutando como nunca de la inolvidable primavera de 2020. La primavera, privilegiada y eterna, ha explosionado también sola en mi huerto, quizás más preciosa que nunca: rosales libres, narcisos, lavandas cantarinas, azucenas, tulipanes que me nacían de la tierra como pollitos picoteando el huevo, gladiolos multicolores, dalias que aún dormían agazapadas, lirios ya cansados doblando el pico, los frutales ya encapullados, amarillos intensos e inmensos… y al fondo, África…
Y encerrado en mi cuarto el eco permanente de Mari Angustias e hijos… Y rezar… quizás los padrenuestros más intensos de mi vida… Y la Virgen del Perpetuo Socorro… Y la Semana Santa, no asistida pero sí vivida y compartida. Y el padre Paz…
Así ha florecido abril desde mi ventana este año: en silencio, pero elocuente; triste, pero esperanzado; luminoso, aunque nublado…
Me fastidiaba ver a mis nietos (14, 7, y 3 años, “flor de las maravillas”, decía mi madre) encerrados; y, sin embargo, desde mi balcón muchas mañanas contemplaba cómo un ridículo perro sacaba a pasear a un enorme señor, orondo y mofletudo, panzón y zampón, con bozal, que se dejaba llevar por el minúsculo can (¡qué metáfora más elocuente del maldito confinamiento!). Parece que, según dice Virgilio en La Eneida: “Conticuere arma…”. En consonancia con el filósofo Emilio Lledó: “Que el virus nos haga salir de la caverna, la oscuridad y las sombras”.
Ardo en deseos de volver a mi Alpujarra. ¡Ojalá la primavera se me haya congelado! Me gustaría compartirla con todos. Mientras tanto, amigos redentoristas, os deseo bondad y bien, paz y paciencia, amor y amabilidad…