-Con frecuencia viajo a Granada, mi ciudad de origen, como lo hago ahora en Semana Santa, y la primera sensación que percibo es el de una ciudad sucia que chirría a la vista,  una ciudad que parece  haber sido asaltada por una manada de esas alimañas y en sus calles, fachadas, escaparates o mobiliario urbano…  han ido vertiendo en pintadas o grafitis sus irritantes cartas de presentación que delatan sus obsesiones, groserías o sus propias frustraciones personales…

         Al ver esto, me asalta el recuerdo de otras ciudades de nuestro país como Oviedo o Vitoria que son el contrapunto a la nuestra: ni grafitis, ni apenas suciedad en las calles como papeles, plásticos, colillas, excrementos de animales o chicles sobre la calzada, por no decir en recintos públicos o de hostelería como los bares, y  que parecen hablar de la alta sensibilidad y preocupación de su población.

          Nosotros  tenemos  la suerte de vivir en una ciudad señera y privilegiada, enclavada entre Sierra Nevada y la Vega  que nuestros antecesores árabes supieron elegir dejándonos en sus palacios y recintos reales una herencia magnífica que nos ha puesto en el mapa del mundo : somos la Ciudad de la Alhambra y del Generalife llevando a ambos como estandarte.

         Pues bien, da la sensación de que no tenemos conciencia de ello, del gran regalo que hemos heredado, nos despreocupamos de nuestra ciudad como si no fuera  algo verdaderamente nuestro y que merece ser preservado con desvelo.

         Esta preocupación, incluso extremada, por parte de cada granadino y sobre todo por las autoridades municipales personificadas  como un nuevo “flautista de Hamelin” que detenga y reeduque a estos fraudulentos “artistas”,  debería desterrar la infame plaga de grafitis y demás suciedades que cuestionan la imagen que pretendemos vender de ciudad bella, artística y atrayente pero sobre todo limpia..

        (carta publicada en el diario Ideal de Granada el 25/3/2016 )