ASOCIACIÓN ANTIGUOS ALUMNOS REDENTORISTAS Y CORO SAN ALFONSO
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QUIERO HACER HISTORIA

 

EL VIRUS QUE NOS CONVIRTIÓ EN SANTOS

Isidro Martínez

                       El virus que nos convirtió en santos

No hagas caso de lo que leas, pues la historia siempre la cuentan los vencedores y, por eso, suele ser coja y ciega. La crónica, incluso la de la cuarentena, rebosa nombres y batallas, pues de lo contrario sería una lamentatio y con el libro de la Biblia es suficiente.

Diario de un mirón

13 de marzo: Son las 2.35 y el Alsa llega con puntualidad a Astorga. En su interior, un joven duerme con respiración agitada, tose, tiene catarro. Una chica latina, a su lado, se revuelve y acaba marchando a un asiento más cómodo.

Seis y media de la mañana, el metro no rebosa gente, pero tampoco camina vacío hasta Atocha, en donde el AVE de las siete y media arranca puntual con conversaciones y teléfonos.

Ni siquiera es la una de la tarde y Algarrobo, bus mediante desde Málaga, nos acoge. Esa misma noche el Gobierno declara el estado de alarma. Durante las dos semanas siguientes, el miedo al contagio ─paso por Madrid o reuniones y besos de Astorga─ pondrá inquietud en la terraza. Era la primera derrota de esta historia, el peldaño hacia la santidad, aunque entonces no lo sabía. Lo que menos importaba era la excursión, a Villanueva del Trabuco, de ese mismo sábado. Se volatilizó, como tantas cosas en las horas y jornadas sucesivas.

Un virus muy especial

15 de marzo: El mar parece tranquilo. Está a doscientos metros, que son miles: prohibido acercarse. Segunda derrota. La impotencia se transforma en filosofía, pues la mente busca ingredientes de sustitución.

Este virus, que no debe ser tan inteligente como dicen ─pero sí listo, muy listo─, nos ha dejado desnudos. Ha conseguido obturar la economía. Nos ha encogido el ánimo. Sus victorias son muescas históricas: la Champions se suspende, y la feria de Sevilla, y San Fermín, y la Semana Santa de Granada. La cosa debe ser grave, pues ni siquiera los legionarios estarán con el paso del Cristo en Málaga. Y eso, y mucho más, nos lo relatan con ojos húmedos: “Hacía nosecuántos años que no…”. Otra derrota.

El señuelo de los números

27 de marzo: Rufino Tedejo, en ese sagrado (esta es una historia de santos) domingo 9 de marzo, me abrazó en la sacristía de la iglesia de PS como siempre. Tal vez no lo conozcáis, pero es un fraile tan flaco que, dentro y adherido a sus huesos, solo tiene bondad. Allá en los sesenta y medio me introdujo algunas ideas que, cincuenta años después, son las únicas ciertas que me quedan. Dejó el jovenado y se marchó a Centroamérica a desbravar jóvenes que, me asegura, ahora forman una de los pocas Provincias de la Congregación con el número de redentoristas creciendo. Me lo susurra en voz baja, temiendo que lo atropelle, diciéndole que eso es soberbia. Rufino Tedejo, de la comunidad de Astorga, anda cercano a los ochenta pero, comprendo al covid-19, en su caso no hay chicha.

 

11 de abril: Pero estaba. Se manifestó con sobreabundancia: Arsenio G. Arlanzón, burgalés con libros y vozarrón de misionero en América, se fue. Y Gregorio Miguel Ortega, burgalés de la capital. Y Pablo Vega, hermano del antiguo alumno Honorino, de Nistal, aguas arriba del río de mi pueblo, que estuvo en Perú toda su vida hasta que la mente se le extravió y volvió a ver su tierra, y morir. Y Antonio Danoz, que sabía liturgia para aburrir, y con 91 años no había perdido las ganas de trabajar, como había aprendido en su aldea orensana. Y Jesús Molero, 91 años por América y por Astorga; con los perros y en su pueblo de Altobar de la Encomienda. Y Rafael Canseco, una sonrisa en silla de ruedas, en sus 96 años menos diez días, saliendo de Barrientos y siendo el primer director del jovenado de Astorga. La semana de pasión redentorista se cerró con Adelino M. García Paz… ¡Qué os voy a decir que no sepáis! En Brimeda,  su tierra que no llega a los 200 habitantes, tienen iglesia que llaman catedral y otros dos redentoristas y hermanos en activo, pero ya pasivos: Generoso y Bernardo García.

12 de abril: Era por Pascua, la florida, cuando el silencio se condensaba en lágrimas. Los frailes pasaban del hospital al camposanto, sin capilla. Pero son memoria en estas líneas, porque el virus ha conseguido que nada sea verdad: los contagiados, los curados y, sobre todo, los muertos no son nadie, solo números.

La historia no tiene sentimientos: han fallecido siete redentoristas de su convento, cincuenta personas en Astorga, 382 en León. En Granada… pero sin nombre, sin funeral. Los números enmascaran la realidad y el señuelo nos conforta: en la batalla hubo... bajas. Nada con sifón. Otra derrota.

Santo súbito también

25 de abril: Son las ocho de la tarde en la ventana y aplaudo. Al aire, pero me aseguran que es un símbolo. Y de tanto frotar las palmas, los trabajadores sanitarios (también las cajeras de supermercado, pero menos) se han convertido en santos, o casi. Como Juan Pablo II, por aclamación popular.

 Remendar cabezas o medicar pulmones salva vidas. Y el miedo es el vector más provocador del caminar cotidiano. El miedo ha convertido a los sanitarios en casi dioses, aunque con escasas batas y guantes, y más de cuarenta mil contagiados. Y es que si no le podemos dar trajes (que es nuestra obligación), los hacemos santos y que se arreglen. Pues, no. Derrota que suma.

27 de abril: En tiempo de pandemia, los milagros se descubren desde la ventana. Por si no fuera suficiente con los números, tenemos las palabras. Toneladas de buenismo arrojadas no al brazo cruzado sino a la cara: “De esta salimos todos mejores”. Pues no, hermano en la canonización, vamos a seguir parecidos. Rufino y algunos millones más de buenas personas, otros de buen ver y el resto de mangantes y aprovechados. ¿O el precio de las mascarillas no se dobló? ¿Y las multas por no respetar las normas? ¿Y los guantes? ¿Y el gel? ¿Y la fruta en el supermercado?

Millones de personas seguirán siendo mejores porque ya lo eran antes del virus. Cuando se marche, o casi, dejaremos de aplaudir desde la ventana, y volveremos a ser los de siempre. Otra derrota.

El miedo que nos salva

29 de abril: Y Dios creó al hombre y a la mujer, y les metió el miedo dentro. Desde entonces es la mejor medicina. Cuando nuestro mundo se vuelve al revés, nos quedan el miedo y los psicólogos, aunque sus caminos son insondables. En esta guerra (los del atril nos aseguran que la vamos a ganar, aunque más de veinte mil ya la han perdido) el enemigo no tiene nombre por eso conviene fabricarlo. Nadie duda que contra alguien se vive mejor. Y las redes, también las nuestras, se han rellenado de vídeos. Cada quisque exporta lo que fundamenta sus ideas: políticas o religiosas. Si alguien, en un rapto de sobriedad, recuerda que el wassap no es para la política, el entorno le hace un guiño y allí sigue la inconmensurable marea que alimenta nuestra opción merina.

Y no solo políticos. La religiosidad, cada vez menos, acude al rescate. El padre Paz, un fraile tranquilo y mesurado (aunque no me lo hagan santo, que en Brimeda chirriaría un poco), nos enseñaba a Luis Mesa, Juan García y al que suscribe a orar en la lóbrega habitación de la casa central redentorista, en PS Madrid: breve y con fervor, no a remitir cadenas de rosarios o avemarías pidiendo el fin del virus. Mi vecino tiene 90 años, vive solo y va a la compra arrastrando sus pies. Reza pidiendo salud, porque así se siente mejor, pero no espera recuperar el movimiento airoso de sus piernas. Como el virus, con vacuna. Otra derrota.

La esperanza adivinada

2 de mayo: Siete y media de la mañana en el paseo marítimo de Algarrobo, en Málaga: confusión de paseantes, bicis y corredores. El miedo, siempre aliado de la esperanza, se reconvierte en horizonte de olas. Ya no llueve ni en Calahonda, Manolo. Los peces brincan en la superficie y una garza me adivina y emerge de la ola. Es la vida, la historia que cuentan los que ganaron la guerra. Porque los otros, los números, esos los cubre el olvido de la derrota. Una más. Y no se arregla  ni con un funeral de Estado.

Pero el telepredicador de guardia en la tele, esta vez psiquiatra, advierte de la eficacia de las buenas palabras: “Abren cajones en nuestras mente”. Si es por eso, las presto: “De derrota en derrota hasta la victoria final” de los romanos sobre los cartagineses. Tardó décadas pero apareció Escipión y se hizo triunfo en Zama.

No olvido los fracasos ni los nombres, pero al mirar por la ventana siento, aunque sea por un instante, que estamos vivos. Es nuestra primera victoria.

Enseguida comenzaré a echar de menos las cosas que no alcanzo (la fase 1 en Granada y Málaga… acabará llegando), pero esa es ya otra historia.

 

 

 

Isidro Martínez

AARR. Presidente Asociación de Astorga

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